martes, 15 de octubre de 2013

El dolor de perder a alguien (H.D.B)




El dolor de perder a alguien es un dolor inmenso. Es constatar que la 
muerte es la realidad final de una vida; una barrera por la que cruza sin 
retorno el ser querido, que caminó junto a nosotros parte del mismo 
sendero de esta tierra conocida. 

Es sentir desde nosotros ese vacío que nunca más podrá llenarse: la voz de 
un padre, la caricia de una abuela, el consejo de un tío, el abrazo de una 
amiga, el beso de quien nos quería. Es descubrir que ya no habrá cuerpo 
sino un recuerdo que se alimentará desde lo más profundo que quedó en 
nosotros de esa persona. Es desear, desde un natural egoísmo, que no 
hubiese partido porque nos priva del efecto benéfico que su presencia 
ejercía en nuestras vidas. 

Y esto, porque la muerte es una pérdida para quien queda y toda pérdida la 
sentimos con tristeza en el alma. Un llanto de muchas lágrimas y de pocos 
consuelos que nos alienten en el momento más próximo a la partida. Un 
duelo que se lleva en meses o años y que para algunos puede durar el resto 
de sus vidas, como la madre que ha visto morir al hijo en sus brazos. 

Pero esa pena que queda en el alma es precisamente el inicio de nuestra 
propia sanación, dado que nos lleva hacia adentro, hacia nosotros. Esa 
introspección nos permite reflexionar sobre nuestra vida, ahora que ese 
alguien no está. Nos aquieta y nos ayuda, por un lado, a lograr aceptar y, 
por otro, a recuperar fuerzas para seguir avanzando por el sendero de 
nuestro desarrollo personal. 

La tristeza es lo inherente ante el umbral desconocido de la muerte y es 
necesario sentirla y vivirla en sus etapas, en especial las más intensas, 
porque es parte de nuestro aprendizaje humano y una forma de iniciar la 
adaptación a lo que ahora viene. Lo inadecuado sería quedarse en ella y 
volverla contra nosotros, lamentándonos, renegando y usándola de excusa 
para no actuar con fortaleza cuando estemos preparados. 

Con frecuencia, el mejor homenaje que podemos ofrecer a quien ha partido 
es dejar lo más hermoso y bueno de sus enseñanzas o ejemplos en nuestro 
corazón y alimentarnos de ese tesoro para poder continuar. Otras veces es 
preciso perdonar sus errores o el daño que pudo causar, considerando la 
frágil condición de ser humano que compartía con nosotros. 

Desde lo espiritual, la fe nos dice que la muerte no es la última palabra, que 
es una noche que amanece en un lugar más pleno; en el reino de la esencia 
pura y del amor verdadero. Así, quien cree se alegra en su interior aunque 
llore en lo externo, porque sabe en la certeza que da el creer, que quien fue, 
sigue siendo en la eternidad. Que “es para siempre” porque vuelve a su 
origen divino. 

El dolor de perder a alguien, entonces, puede dar paso con el tiempo y la 
comprensión al gozo de tenerle de otra manera, aunque ya no sea visible 
ante nuestros ojos. De la misma manera como todo es más cristalino y bello 
luego de que la lluvia ha mojado la tierra, así podemos ver renacer la vida 
cuando pasan las lágrimas…

No hay comentarios:

Publicar un comentario