miércoles, 5 de junio de 2013

EL COMERCIANTE Y LA ALONDRA

        Hace tiempo, un día, sobre la arena caliente de un país de Medio Oriente, una alondra blanca volaba en curvas jubilosas por el cielo. Mientras volaba en picado cerca de la tierra, oyó gritar a un comerciante: "¡Gusanos! ¡Gusanos! ¡Gusanos por plumas! ¡Gusanos deliciosos!"
        La alondra rodeó al comerciante, hambrienta de gusanos pero desconcertada por lo que quería decir el comerciante. La alondra no sabía que el comerciante era el demonio. Y viendo que la alondra estaba interesada, el demonio se acercó a ella.
        "¡Ven aquí, pequeña amiga. Ven! ¡Mira los gusanos deliciosos que tengo!" Con cautela, la alondra se posó y levantó la cabeza hacia el comerciante. "¡Ven! ¡Prueba los sabrosos gusanos!" La alondra era consciente de que tenía hambre. Y los gusanos parecían más grandes y más sabrosos que todos los que había cogido de la tierra miserable del desierto. La alondra se acercó saltando y puso su pico cerca de los gusanos. "¡Dos gusanos por una pluma, amiga. Dos por una!"
        La alondra no pudo resistir. Y, después de todo, tenía muchas plumas. Por lo que, con un movimiento, se arrancó una pluma -una pequeña- de debajo del ala y se la dio al comerciante. "¡Coge tu pico, mi pequeña amiga... dos cualquiera, los que desee tu corazón!" Y así, la alondra cogió rápidamente dos de los gusanos más gruesos y se tragó su comida con placer. Nunca antes había probado unos gusanos tan ricos. Con un trino alto, dio un salto en el aire -y continuó su vuelo con alegría.
        Día tras día la alondra volvía. Y siempre el comerciante tenía maravillosos gusanos que ofrecerle: Negros y azules, rojos y verdes, todos gordos, brillantes e iridiscentes. Pero un día, después de comer hasta hartarse, la alondra volvió a saltar hacia el aire -y para su horror, cayó al suelo con un golpe sordo. ¡No podía volar!
        Al momento, con un shock, se dio cuenta de lo que había sucedido. Desde los deliciosos gusanos no había dejado de engordar y como se había arrancado las plumas una a una, primero de su cuerpo, luego de su cola y finalmente sus alas se habían quedado cada vez más peladas. Horrorizada, recordaba cómo, lenta e imperceptiblemente, día tras día, cada vez se le hacía más difícil volar y cómo se había dicho a sí misma que no le importaba. Siempre pudo dejarlo antes de que fuese demasiado tarde. Ahora, de repente, aquí estaba, atrapada en el suelo. Miró hacia arriba y vio que el comerciante la miraba. ¿Era una sonrisa pequeña y maliciosa lo que cruzaba su cara?
Llena de miedo, la alondra salió corriendo hacia el desierto. Corrió y corrió y no dejó de correr. Estuvo corriendo horas y horas. Nunca había corrido tanto en toda su vida. Finalmente, llegó a la tierra más suave cerca de los manantiales del desierto donde antes de conocer al comerciante, iba diariamente a escarbar para ella misma los gusanos pequeños y marrones polvorientos del desierto que se podían encontrar alrededor de los manantiales.
        La alondra escarbó y escarbó frenéticamente. Acumuló gusano tras gusano hasta que estuvo a punto de oscurecer. Luego, envolviendo su captura en una pequeña hoja de palma caída, la arrastró por la arena hacia donde veía al comerciante, que cerraba su puesto durante la noche.
        La piel de alrededor de su pico se había magullado y ablandado; sus pequeñas patas sangraban de las grandes distancias que se había visto forzada a caminar. "¡Comerciante! ¡Comerciante! ¡Ayúdeme, por favor! ¡Ya no puedo volar! ¿Qué voy a hacer? Por favor, por favor, ¡coja estos gusanos y devuélvame mis plumas!"
        El comerciante se agachó y miró concentradamente a la alondra aterrorizada. Volvió la cabeza y se rió a carcajadas, con un diente de oro destellando bajo la luz del sol roja y poniente. "Oh, de acuerdo, cogeré esos gusanos, amiga mía. Unas pocas semanas en esta buena tierra y también se pondrán gordos, verdes y brillantes." Desenvolvió los gusanos y los metió en un tarro de tierra negra y húmeda. "¿Pero las plumas?" Volvió a reírse. "¿Qué harás con las plumas? ¿Pegártelas con saliva?" Resopló y se carcajeó de su chiste.
        "Además, amiga," el mercader se agachó y agarró a la alondra ya desplumada y cebada, "esa no es mi tarea-‘plumas por gusanos.' Oh, no..." Metió a la alondra en una jaula, "...mi tarea es "¡GUSANOS POR PLUMAS!'" El comerciante cerró de golpe la jaula, sonrió hambriento a su víctima y con un alto CHASQUIDO de los dedos, se esfumó en el aire del desierto.

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