lunes, 6 de mayo de 2013


LA COGIDA Y LA MUERTE
 
A las cinco de la tarde.
 
Eran las cinco en punto de la tarde.
 
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
 
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
 
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.
 
El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
 
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
 
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
 
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
 
Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.
 
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
 
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
 
¡Y el toro, solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
 
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
 
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
 
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
 
A las cinco de la tarde.
 
A las cinco en punto de la tarde.
 
Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
 
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
 
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
 
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
 
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
 
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
 
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
 
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
 
A las cinco de la tarde.
 
 
¡Ay qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

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