miércoles, 29 de octubre de 2014

EL ÁRBOL DE LOS PROBLEMAS. (I.V.



El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se dañó y lo hizo perder una hora de trabajo y ahora su antiguo camión se niega a arrancar.
Mientras lo llevaba a casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.
Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa.
Posteriormente me acompañó hasta el coche. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que lo había visto hacer un rato antes.
- Oh, ese es mi árbol de problemas, contestó. Sé que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo otra vez.
Lo divertido es, dijo sonriendo, que cuando salgo en la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior.

lunes, 27 de octubre de 2014

TODO LLEGA...(I.V.)


Un pequeño gusanito caminaba un día en dirección al sol. Muy cerca del camino se encontraba un grillito.
- ¿Hacia dónde te diriges?, le preguntó.
Sin dejar de caminar, la oruga contestó: 
- Tuve un sueño anoche, soñé‚ que desde la punta de la gran montaña yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo.
Sorprendido, el grillito dijo mientras su amigo se alejaba:
- ¡Debes estar loco! ¿Cómo podrás llegar hasta aquél lugar? ¡Tú, una simple oruga! Una piedra será una montaña, un pequeño charco un mar, y cualquier tronco una barrera infranqueable.
Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó. Sus diminutos pies no dejaron de moverse.
De pronto se oyó la voz de un escarabajo:
- ¿Hacia dónde te diriges con tanto empeño?.
Sudando ya el gusanito, le dijo jadeante:
- Tuve un sueño y deseo realizarlo, subir‚ a esa montaña y desde ahí contemplar‚ todo nuestro mundo.
El escarabajo no pudo soportar la risa, soltó la carcajada y luego dijo:
- Ni yo, con patas tan grandes, intentaría una empresa tan ambiciosa.
El se quedó en el suelo tumbado de la risa mientras la oruga continuó su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros.
Del mismo modo, la araña, el topo, la rana y la flor aconsejaron a nuestro amigo a desistir.
"¡No lo lograrás jamás!", le decían, pero en su interior había un impulso que lo obligaba a seguir.
Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su último esfuerzo un lugar donde pernoctar.
- Estar‚ mejor, fue lo último que dijo, y murió.
Todos los animales del valle por días fueron a mirar sus restos. Ahí estaba el animal más loco del pueblo. Había construido como su tumba un monumento a la insensatez. Ahí estaba un duro refugio, digno de uno que murió por querer realizar un sueño irrealizable.
Una mañana en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos, de pronto quedaron atónitos, aquella caparazón dura comenzó a quebrarse y, con asombro, vieron unos ojos y una antena que no podía ser la de la oruga que creían muerta.
Poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas arcoiris de aquel impresionante ser que tenían frente a ellos: una mariposa.
No hubo nada que decir, todos sabían lo que haría: se iría volando hasta la gran montaña y realizaría un sueño; el sueño por el que había vivido, por el que había muerto y por el que había vuelto a vivir. Todos se habían equivocado.

Dios nos ha creado para realizar un sueño, vivamos por él, intentemos alcanzarlo, pongamos la vida en ello y, si nos damos cuenta que no podemos, quizá necesitemos hacer un alto en el camino y experimentar un cambio radical en nuestras vidas.
Es buscando lo imposible como los hombres han encontrado y alcanzado lo posible, y aquéllos que se limitaron a lo que visiblemente era posible, nunca dieron un paso


miércoles, 8 de octubre de 2014

LOS 7 BULTOS (I.V.)



Estaba un hombre sentado en un banco de una plaza donde siempre acostumbraba a quedarse por algún tiempo.
El se relajaba mirando los árboles al sol y al viento, las palomas en búsqueda de alimentos, los ambulantes vendiendo baratijas, los pájaros haciendo nidos, los niños jugando, las campanas de la iglesia repicando, viejitos jugando a los dados y al dominó.
Súbitamente se vio rodeado por 7 bultos de rostros cubiertos, y uno de ellos le dijo:
- Nosotros somos moradores del futuro.
- Y que me vienen a decir? – pregunto él, sintiéndose incómodo.
Así, uno a uno comenzó a decir:
1º – Yo soy una tormenta: un día podré llevar todo lo que posees.
2º – Yo soy el Hambre: un día podré llegar y conocerás uno de los mayores dolores que sufre el mundo.
3º – Yo soy el desempleo: un día podré visitarte y no sabrás cómo sobrevivir.
4º – Yo soy un incendio: un día podré dejarte sin techo y sin abrigo.
5º – Yo soy la melancolía: un día podré alcanzarte y perderás las ganas de vivir.
6º – Yo soy la soledad: un día podré golpear tu puerta y no tendrás compañeros para oírte o para conversar.
7º – Yo soy la vejez: cuando Yo llegue, estarás vacío, enfermo y sin metas.
De repente, como en un torbellino, los 7 bultos hablaban al mismo tiempo, atropelladamente. Poniéndose a respirar hondo, al rato fue reaccionando y, como en un pase de magia, él pudo ver los rostros de los 7 bultos. El hombre, antes relajado y tranquilo, comenzó a temblar. Eran exactamente iguales a él! Él, con decisión, dijo:
- Paren! Ustedes son ladrones de paz! Son asaltantes de mentes distraídas! Ustedes son YO mismo! Son mis pensamientos! Ustedes no viven en el futuro! Viven en mi cabeza, pero en ella soy YO quién manda!
Y prosiguió:
- Aquí aprendí con los árboles que la renovación es posible después de tener sus hojas caídas.
- Aquí aprendí con las palomas que siempre habrá más alimento que palomas hambrientas.
- Aquí aprendí con los vendedores ambulantes que el empleador no siempre es indispensable y que siempre habrá medios para sobrevivir.
- Aquí aprendí con los pájaros que, por cada nido derrumbado, nuevos nidos pueden ser construidos.
- Aquí aprendí con los niños que no es necesario ningún esfuerzo para ser feliz y querer vivir.
- Aquí aprendí con el tañir de las campanas que, por más solos que estemos, siempre habrá alguien para escucharnos.
- Y aquí aprendí con los viejitos, que es posible alcanzar las metas aunque sea venciendo en una apuesta de dados o en un juego de dominó.
Poco a poco aquellos 7 bultos fueron cambiando sus pesadas expresiones y, abriendo suaves sonrisas, dijeron:

1º – Yo soy la Prosperidad.
2º – Yo soy la Abundancia.
3º – Yo soy el Progreso.
4º – Yo soy la Seguridad.
5º – Yo soy la Alegría.
6º – Yo soy el Compañerismo.
7º – Yo soy la Certeza de que la Vida es Eterna.
Sintiendo que había dominado los propios “fantasmas”, el hombre salió caminando suave y tranquilamente en dirección al Mañana…
Vive un hoy, como si fuera el mañana…
Tu derrota se inicia, cuando tu esfuerzo termina

lunes, 6 de octubre de 2014

SI FUÈRAMOS BUENOS (I.V.)



Si fuéramos buenos, querríamos estar siempre últimos, y no primeros.
Rogaríamos no ser invitados al escenario, ni a tomar el micrófono, ni a
estar bajo el haz de los reflectores del mundo.
Si fuéramos buenos, disputaríamos dar lo mejor, y no recibir lo mejor.
Insistiríamos ante quienes nos rodean, con fuerza y convicción, en que nos permitan darles lo mejor que tenemos, rechazando lo bueno que ellos nos ofrecen, para que sean ellos quienes lo disfrutan.
Si fuéramos buenos, no pensaríamos mal de los demás, sino que buscaríamos todo el tiempo la forma de comprender los actos de nuestros hermanos, como surgidos de una buena intención.
Si fuéramos buenos, viviríamos la vida con optimismo y esperanza, confiados en que cada día es un regalo maravilloso e irrepetible. Sin lugar para la depresión o las tristezas no justificadas, iluminaríamos el mundo con nuestras alegres miradas.
Si fuéramos buenos, nos alegraríamos infinitamente de todo lo bueno que les ocurre a los demás, sin hacer comparaciones con lo que nosotros somos o tenemos.
Si fuéramos buenos, daríamos gracias cada día a Dios por todo lo que El no nos da, porque ésta es Su forma de invitarnos a compartir Su Cruz.
Si fuéramos buenos, obedeceríamos con alegría a quienes Dios pone en
nuestro camino como guías, sean nuestros padres, jefes, o nuestros
maestros.
Si fuéramos buenos, buscaríamos por todos los medios no utilizar palabras que puedan herir a los demás, suavizando nuestro lenguaje hasta hacerlo un medio de transmitir hasta la noticia más dura, con ternura y sinceridad.
Si fuéramos buenos, no dejaríamos de hacer aquellas cosas que nos duelan, pero que por amor y justicia corresponden ser hechas.
Si fuéramos buenos, no sentiríamos vergüenza de dar testimonio de ser hijos de Dios, de amarlo por sobre todas las cosas, supeditando todos los actos de nuestra vida a Su Voluntad.
Si fuéramos buenos, seríamos verdaderos paladines en la defensa de la
verdad, de la justicia, y de la búsqueda del camino de la luz.
Si fuéramos buenos, no dejaríamos sin ayuda a ese niño que hoy nos pidió dinero en la calle.
Si fuéramos buenos, le diríamos a nuestro padre y a nuestra madre que los amamos, que los necesitamos, y que el mundo no sería el mismo sin ellos.
Si fuéramos buenos, escucharíamos a nuestros hijos cuando nos dicen que nos aman, que nos necesitan, aunque lo hagan con palabras que no comprendemos totalmente.
Si fuéramos buenos, amaríamos la vida que Dios nos da, y la defenderíamos a muerte. Millones de niños abortados tendrían un ejército de mujeres y hombres dispuestos a luchar hasta detener esta matanza.
Si fuéramos buenos, daríamos el ciento por uno en retribución, por cada don que Dios nos da.
Si fuéramos buenos, veríamos en cada paso de nuestra vida, una oportunidad de ver la Mano de Dios obrando a nuestro alrededor. Y dejaríamos que sea El el que guíe nuestro camino.
Si fuéramos buenos, amaríamos…


jueves, 2 de octubre de 2014

Adiós mi dulce Golfo

Mi perro ha muerto.
Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.

Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.

Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz fría.

Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.

Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero
que para mí jamás fue un servidor.
Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.

No, mi perro me miraba dándome la atención necesaria
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.

Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas del mar,
en el Invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasando de pájaros glaciales
y mi perro brincando, hirsuto,
lleno de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.
alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más,
con el absolutismo de la naturaleza descarada.
No hay adiós a mi perro que se ha muerto.

Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.
Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.


miércoles, 1 de octubre de 2014

La ventana (I.V.)


Dos hombres, ambos muy enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno se le permitía sentarse en su cama cada tarde, durante una hora, para ayudarle a drenar el líquido de sus pulmones. Su cama daba a la única ventana de la habitación. El otro hombre tenía que estar todo el tiempo boca arriba.
Los dos charlaban durante horas. Hablaban de sus mujeres y sus familias, sus hogares, sus trabajos, su estancia en el servicio militar, donde habían estado de vacaciones. Y cada tarde, cuando el hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, pasaba el tiempo describiendo a su vecino todas las cosas que podía ver desde la ventana. El hombre de la otra cama empezó a desear que llegaran esas horas, en que su mundo se ensanchaba y cobraba vida con todas las actividades, colores del mundo exterior.
La ventana daba a un parque con un precioso lago. Patos y cisnes jugaban en el agua, mientras los niños lo hacían con sus cometas. Los jóvenes enamorados paseaban de la mano, entre flores de todos los colores del arco iris. Grandes árboles adornaban el paisaje, y se podía ver en la distancia una bella vista de la línea de la ciudad. El hombre de la ventana describía todo esto con un detalle exquisito, el del otro lado de la habitación cerraba los ojos e imaginaba la idílica escena.
Una tarde calurosa, el hombre de la ventana describió un desfile que estaba pasando. Aunque el otro hombre no podía oír a la banda,
podía verlo, con los ojos de su mente, exactamente como lo describía el hombre de la ventana con sus mágicas palabras.
Pasaron días y semanas.
Una mañana, la enfermera de día entró con el agua para bañarles, encontrándose el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, que había
muerto plácidamente mientras dormía.
Se llenó de pesar y llamó a los ayudantes del hospital, para llevarse el cuerpo.
Tan pronto como lo consideró apropiado, el otro hombre pidió ser trasladado a la cama al lado de la ventana. La enfermera le cambió encantada y, tras asegurarse de que estaba cómodo, salió de la
habitación. Lentamente, y con dificultad, el hombre se irguió sobre el codo, para lanzar su primera mirada al mundo exterior; por fin tendría la
alegría de verlo el mismo.
Se esforzó para girarse despacio y mirar por la ventana al lado de la cama… y se encontró con una pared blanca. El hombre preguntó a la enfermera qué podría haber motivado a su compañero muerto para
describir cosas tan maravillosas a través de la ventana.
La enfermera le dijo que el hombre era ciego y que no habría podido ver ni la pared, y le indicó:
- “Quizás sólo quería animarle a usted”